domingo, 21 de julio de 2013

Kirchner vs. Grupo Clarín y otras guerras de medios en América del Sur

Por: Martín Sivak
Durante el siglo XX América del Sur conoció dos guerras entre estados: la que libraron Bolivia y Paraguay en el Chaco (1932-1935) y la de 1982 entre Gran Bretaña y Argentina por las islas Malvinas. En el siglo XXI América del Sur ha inaugurado un nuevo tipo de guerra interna sin todavía pérdidas humanas: las Guerras de Medios.
En un lado, los grandes medios privados sostienen que la libertad de expresión y la continuidad misma de algunas empresas periodísticas se encuentra en riesgo por regímenes que definen como autoritarios y suelen comparar con el fascismo. En otro lado, los gobiernos llamados populistas o de izquierda de Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela acusan a los medios de dañar la democracia por sus coberturas sesgadas, sus prácticas monopólicas y su supuesto afán de alentar golpes de Estado en su contra.
En la Argentina, el conflicto entre la administración del matrimonio Kirchner y el Grupo Clarín (el mayor conglomerado de medios del mundo hispano con un diario, una radio, un canal de televisión abierta, un canal de noticias en televisión por cable, una empresa de cable e Internet y varios emprendimientos más) ha dominado la vida política del país desde 2008. Aunque muchos lo han definido como una guerra, divorcio es una metáfora mucho más descriptiva.
Durante la presidencia de Néstor Kirchner (2003-2007), el gobierno procuró una relación armoniosa con el Grupo Clarín por su debilidad de origen (sólo obtuvo el 22% de los votos), porque creía que la audiencia de sus medios eran sus votantes y porque el holding podía continuar su expansión sin entorpecer sus objetivos gubernamentales. Kirchner le dio importantes beneficios, como la fusión de sus empresas de cables (Cablevisión y Multicanal) que le permitió tener el 60% de los abonados al cable. El Grupo Clarín apoyó las principales medidas oficiales, fue suave en las críticas y relegó temas incómodos, como los relacionados con la corrupción.
Desde que la relación se agrietó, ni el gobierno ni el holding han dado explicaciones convincentes sobre su mutua desilusión.
Cuando empezó el conflicto a principios de 2008, Cristina Fernández de Kirchner (en 2007 sucedió en la presidencia a su marido quien murió en 2010) procuró dañar patrimonialmente a Clarín. Le quitó la transmisión de los partidos de fútbol, anuló la fusión de sus empresas de cable, redujo sustancialmente la publicidad oficial (que extendió exponencialmente a los medios afines o creados para apoyar la gestión), presionó a anunciantes privados para que no publicitar en Clarín y acusó a sus directivos por crímenes durante la última dictadura militar (1976-1983). “Clarín miente”, se convirtió en un slogan de su gobierno.
La Presidente libra hoy la madre de todas las batallas –otra metáfora bélica muy usada–: la ley de comunicación audiovisual aprobada en 2009 con el objetivo de establecer regulaciones en el mercado y afectar el patrimonio del Grupo Clarín. Mediante recursos judiciales, el holding ha conseguido que durante más de tres años no se apliquen dos artículos de desinversión que lo obligan a desprenderse de 236 de sus 264 licencias; el gobierno tampoco ha aplicado la ley en su totalidad. En el fallo más esperado en años la Corte Suprema decidirá en los próximos meses sobre la Constitucionalidad de esos dos artículos.
El Grupo Clarín ha desarrollado una cobertura hostil con el gobierno. “Ya no hay lugar para el ascetismo”, me dijo un importante editor del diario. “O estas con los defensores de la libertad de expresión o con el Gobierno”. El CEO del Grupo Héctor Magnetto, presentado por el gobierno como un criminal, dio una de las pocas entrevistas a The New York Times (no ha hablado con la prensa argentina). “Lo que está en juego es la democracia, no sólo Clarín”.
La concentración de medios –Clarín es un caso de estudio- ha sido un problema para las democracias de la región. Históricamente pocas familias y pocas empresas controlaban el mercado. Esos medios han dependido del Estado (especialmente en publicidad, créditos y otros beneficios) lo que ha contribuido a las relaciones de toma y daca con los gobiernos de turno.
En Ecuador, la ley de medios aprobada recientemente tiene un espíritu similar a la de Argentina, pero interviene también en los contenidos. Incluye penalidades por publicar material que pueda afectar el honor de las personas. Los oponentes al gobierno advierten que el presidente Rafael Correa terminará definiendo qué es bueno y qué es malo y cerrarán medios de comunicación.
Como Correa, y como el pionero en las “Guerras de Medios” Hugo Chávez, la Presidencia Kirchner ha intentado quitarle a los medios privados su papel de intermediarios con la sociedad. Creó una vasta red de medios medios propios -estatales o paraestatales- que denostan al Grupo Clarín y celebran su obra de gobierno.
Pero esos medios no influyen sobre las audiencias moderadas que no están en ninguno de los bandos de la Guerra de Medios. Deben esforzarse por descifrar que se dice en los medios para saber que sucedió el día anterior.
El libro más reciente de Martín Sivak es “Clarín, el Gran Diario Argentino: Una Historia”. Envíe sus comentarios a intelligence@nytimes.com.
Fuente: The New York Times

NdE: Esta nota debería haber sido publicada en Clarín, pero no ocurrió. Esto explica Sivak en Diario Perfil, pag, 19:
El día que ‘Clarín’ silenció a ‘The New York Times’
La columna explicaba el conflicto Gobierno-Clarín, pero "allí sólo se publica el relato de la empresa"
Por: Martín Sivak
Ayer Clarín publicó en la página 2 de su suplemento The New York Times International Weekly una nota sobre el primer ministro de Serbia, Hashim Thaci. Reemplazó de apuro una columna que escribí sobre los conflictos entre medios y gobiernos en América del Sur en general, y el de la administración Kirchner con el Grupo Clarín en particular. Esa columna, llamada “Inteligencia”, es una sección fija de la edición internacional del diario estadounidense que el diario argentino ha publicado regularmente.
Clarín no observó errores u omisiones ni reclamó mayor inteligencia. La breve explicación que le dio a The New York Times es que no la publicaría porque “es un tema muy sensible”. Fue una salida elegante para no explicitar que sobre ese tema sólo se publica el relato de la empresa.
The New York Times evaluó que mi columna es equilibrada y respetuosa. En un hecho inusual, decidió subir a su sitio la versión en español para que los lectores pudieran leerla.
La columna, en realidad, intenta sintetizar el conflicto con información familiar para una parte del lectorado argentino. Que las relaciones entre el gobierno de Néstor Kirchner y Clarín fueron mucho más armoniosas que conflictivas. Que el Gobierno le concedió favores estatales, como la fusión de Multicanal y Cablevisión. Que Clarín fue suave en la crítica y que relegó temas incómodos, como los relacionados con la corrupción gubernamental. Que cuando empezó el conflicto, ni el Gobierno ni Clarín dieron explicaciones convincentes sobre la mutua desilusión. Que la metáfora del divorcio parece mucho más precisa que la de la guerra. Que Héctor Horacio Magnetto no da entrevistas a medios argentinos pero sí a extranjeros. El foco de la columna había cambiado.
Semanas después de la salida de mi libro Clarín, el gran diario argentino: una historia, un editor de The New York Times me sugirió que escribiera una columna sobre la prensa “atacada y sitiada” en América del Sur. Le dije que quizás no era la persona indicada, porque esa perspectiva ha limitado la explicación del conflicto a las acciones de los llamados gobiernos populistas o de izquierda-centroizquierda. También ha relegado temas centrales como la propiedad concentrada del sistema de medios, su relación de give and take (toma y daca) con la política y su responsabilidad en el conflicto por coberturas sesgadas y por momentos incendiarias. Le dije que no creía que la democracia estuviese en riesgo y que las metáforas bélicas de las media wars merecían revisión.
El editor del diario me dijo que una lectura más matizada sobre las media wars despertaría mayor interés para los lectores de su edición internacional (llamada también “Lo mejor de The New York Times”). Tiene un público de seis millones de lectores de 35 diarios distintos, como el China Daily de China, El País de España, Reforma de México o Tages-Anzeiger de Suiza. Debería intentar explicar el conflicto a un comerciante en Zurich o a un universitario en Shanghái. Cerré los ojos, pensé en ellos y escribí.
El jueves a la noche, el editor me informó que Clarín no publicaría la columna. Enterados de la novedad, dos amigos que trabajan en otras secciones de The New York Times me llamaron escandalizados por la decisión del gran diario argentino. Me reprocharon que lo tomara como algo relativamente esperable por el conflicto actual y por la historia del diario (y que también pusiera en duda la supuesta condición de diario inmaculado de The New York Times).
Uno me dijo que Clarín estaba haciendo lo que le criticaba al gobierno argentino. El otro, un viejo columnista que ha recorrido medio mundo con el diario, habló con un mapamundi en la mano. “Creo que estamos eligiendo mal nuestros aliados en América latina: que un diario censure un artículo porque no le gusta es no haber entendido al Times: les gusta el prestigio que les otorga, pero rechazan el periodismo del Times cuando habla de ellos”.
*Periodista. Autor del libro Clarín, el gran diario argentino: una historia. @sivakme

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