domingo, 24 de febrero de 2008

Nosotros no la fabricamos

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Clara Riveros Sosa
El agua signa la vida. Como el agua dulce tiene una irregular distribución sobre las tierras del planeta, falta en muchos lugares áridos, pero eso no significa que esté disponible siquiera allí donde abunda, porque lo que suele escasear en esos sitios es el agua en condiciones de ser consumida, es decir accesible y libre de contaminación.
En nuestro país y en los días que corren presenciamos y sufrimos sus extremos: fuertes y trágicas riadas en el noroeste y sequía hacia el este, donde nos encontramos.
En la ciudad, la demanda que genera el prolongado calor pone lo suyo: baja notablemente la presión del agua en las cañerías de distribución y el líquido disminuye o directamente se ausenta, tanto de los barrios apartados del centro como de los pisos altos de éste mismo que no cuenten con cisternas y sistema de bombeo. La vida cotidiana se resiente y se plaga de complicaciones. Lo cierto es que, cambio climático global o mera circunstancia, la carencia de agua remarca todavía más su vital importancia, al igual que pone en evidencia la despreocupación de quienes no se ven perjudicados y la falta de solidaridad y de una adecuada educación ambiental (y hasta de sentido común) de muchos ciudadanos, afectados o no, en cuanto al uso de un bien tan precioso.
Frente al planteo de la crisis ambiental abundan las personas que, de buena fe o de pura comodidad, alegan que el problema resulta demasiado grande para que simples individuos puedan aportar algo para resolverlo. Si bien es cierto que se necesitan medidas drásticas y abarcadoras de parte de gobiernos, empresas e instituciones, éstas no alcanzarían si la gente común no se propusiese incorporar el cuidado del ambiente a todos los actos de su vida cotidiana, y no como una postura a la moda, sino como una actitud de suma sensatez y de respeto por su prójimo, por el mundo en que vive, por sus propios descendientes y por sí misma.
En el caso del agua, abrir la canilla lo justo y necesario y no dejarla correr sin sentido ni por unos segundos, puede parecer un acto limitado y solitario que solamente sirve para que esa persona que así procede quede con la conciencia tranquila. No es así: imaginemos el efecto multiplicador de miles y cientos de miles de personas tomando exactamente los mismos cuidados y educando a su entorno con el ejemplo. Es más: una ciudadanía consciente y acostumbrada a proteger cotidianamente los tesoros de la vida, puede dar lugar a que de ella surjan dirigentes con esa misma conciencia, o bien, tendrá el suficiente convencimiento y energía para exigir de los demás tal protección y un empleo criterioso que apunte a objetivos sustentables, particularmente en la agricultura y en la industria, gigantescas consumidoras de agua y a todos los proyectos que involucren a cursos, espejos de agua y acuíferos.
Tratándose del agua, como de la electricidad, el consumo controlado, o aun racionado, no es todo: se precisa además lograr la máxima eficiencia, es decir un óptimo aprovechamiento de la cantidad que se usa. Y tampoco únicamente aprovechamiento, también reciclado y la más simple reutilización. Esta última, en un caso puramente doméstico, significa que el agua limpia del recipiente en que uno sumergió un bol de comida para enfriarlo o calentarlo rápidamente, no se tira sino que va a la regadera de las plantas, o queda para algún lavado o para cualquier otra aplicación oportuna. Hasta ahora sólo tenemos noticia de casas prototipo en las que se implementó un sistema que carga el depósito de agua del inodoro con lo que sale del lavado de la ropa, idea que podría cundir, lo mismo que la antigua costumbre de recoger y guardar agua de lluvia. En tanto, no es admisible que para dejar reluciente un automóvil se ocupen cientos y cientos de litros de agua potable, la misma cuya carencia enferma y mata a gente que, con frecuencia, se encuentra a poca distancia del privilegiado vehículo.
Las acciones responsables y sanas deben trasladarse del hogar a los lugares de trabajo, al comercio, a los centros de producción, y ser ejercidas colectivamente y reclamadas a quienes idean procesos, diseñan obras y edificios y fabrican artefactos.
Lo intrincado del nudo de conflictos ambientales sin encarar (y mucho menos resolver) queda claramente expuesto por la actual emergencia en la represa de El Chocón, donde el agua se halla en su nivel mínimo, poniendo en peligro la generación de energía de buena parte del país, a la vez que el abastecimiento de agua. Allí se sumaron el ascenso de las temperaturas globales, la progresiva disminución de los glaciares que alimentan las cuencas hídricas, la sequía y la ausencia de políticas que hayan previsto lo que hoy sucede pero que hace años estaba pronosticado.
Las autoridades de cuenca hacen más notoria la catarata de complicaciones al explicar que el bajo nivel de El Chocón se debe a la decisión de retener el agua en dos represas menores ubicadas más arriba (Alicurá y Piedra del Águila) y que - aseguran- se mantienen colmadas. Cuando se abran las compuertas de las presas chicas el agua pasará (y reutilizará) por otra y luego irá a El Chocón. Agregan que esa retención se lleva a cabo con el fin de contar con una reserva líquida para que no escasee en el invierno, cuando también falte el gas (¡!). La cuestión es que cambio climático e imprevisiones de toda índole se dan la mano para potenciar los riesgos a que estamos expuestos.
Que nos quede en claro que cuando pagamos la factura de los servicios de agua, eso es lo que estamos abonando en definitiva: el servicio que la potabiliza y la acerca a nuestros domicilios, pero nada más. El agua en sí es parte inseparable de la naturaleza del planeta y de toda la vida que alberga; y no tiene precio, es invalorable y pertenece a todos. Lo que pagamos no la hace exclusivamente nuestra ni la deja librada al capricho individual. Desgraciadamente, el agua constituye un patrimonio que todavía no se puede aumentar ni fabricar; dependemos de las existencias que hemos recibido y que debemos conservar a todo trance.

Fuente: El Diario de la Región, de Resistencia, Chaco, Argentina, el sábado 23 de febrero de 2008.

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