jueves, 29 de noviembre de 2007

Lo que Botnia nos dejó

Fuente: Montevideo.com.uy
A pesar de que la fábrica recién comenzó a funcionar, para las calles de Fray Bentos la prosperidad de Botnia ya es cosa del pasado. Como se había anunciado desde un principio, de los 5800 obreros que participaron de la construcción de la planta, sólo quedan 200 y a fin de año solo permanecerán los 300 empleados calificados que trabajarán en la planta.
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Fotos: Montevideo Portal / Pablo Méndez
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Por la madrugada la planta se hace presente, veinte minutos de olor a coliflor hervido, dosificado en dos o tres tandas. A la tardecita unas diez mesas repletas de cerveza en los bares del centro ocupadas por extranjeros que se las arreglan con gestos para comunicar el próximo pedido.
El finlandés es hombre de pocas palabras, "Perdón pero debo mantener mi boca cerrada", explicó en inglés una de las trabajadoras de Botnia, que con un look bastante ejecutivo, tomaba una cerveza en un bar céntrico. A excepción de unos trescientos empleados permanentes, contando operarios y trabajadores calificados la fábrica quedó en Fray Bentos como souvenir de un año y medio de locura.
"Cuando se supo que se iba a construir la planta, los alquileres sufrieron un vuelco tremendo, se ofrecían casas por 2500 dólares. Más que nada extranjeros y las empresas, que alquilaban casas de cuatro o cinco cuartos y ponían 15 empleados. Lo importante eran los extranjeros porque pagaban bien, pero la mayoría de esa gente ya no está. "La Botniamanía ya pasó", sentencia Nelson Datti, operador inmobiliario de Fray Bentos que dedicó un tiempo a ilustrar aquellos tiempos de vacas gordas.
"Hubo gente que dejó su casa, la alquiló y se fue para otra. Incluso gente de buena posición, profesionales que no tenían necesidad, dejaban sus casas amuebladas y se iban a vivir a otro lado. Ventas casi no se daban, algo con algún crédito bancario pero nada más. La realidad era el alquiler. Todavía hay propietarios que siguen creyendo que pueden alquilar su casa a los precios de antes y ahí vos tenés que explicarles que ya pasó. Claro, alquilaban cualquier casa a 18 mil pesos, estaba lindo, y ahora les cuesta volver. Esto perjudica a los lugareños porque con esos precios no pueden alquilar. Con la fábrica era otra cosa, cinco mil personas trabajando, se veía en la calle. Ibas al mercado de tardecita, era una caravana, todos vestidos con traje anaranjado. Compraban en el mercado para preparar la comida porque arrancaban al otro día a las seis de la mañana, esa era la rutina de todos los días. Era impresionante el movimiento. Pero ya fue todo. Hubo obreros que compraron casa porque cobraban unas buenas quincenas. El otro boom fue el de las motos, había gente que hasta dos o tres motos tenía en la casa. Hubo gente que compró ómnibus, vehículos viejos, pero para llevar obreros a la fábrica servían, los tipos pagaron perfectamente el ómnibus, pero ahora tienen que salir a venderlo ¿Qué hacen con esos coches? ¿Una casa rodante?"
Los empleados calificados de la empresa viven en el barrio Jardín, que queda a varios kilómetros de la planta. Es un complejo de viviendas de buen nivel, en el que hay 80 familias, 50 finlandeses y 30 uruguayas. Sobre las seis de la tarde, llegan los empleados de Botnia y van a la piscina o al gimnasio donde se dictan clases de aerobic.
"Yo conseguí el trabajo un día que estaba en una tienda y la señora preguntó si nadie conocía a una niñera", contó María Fernanda que trabaja en la casa de uno de los ingenieros finlandeses de Botnia.
María Fernanda gana 5.500 pesos por mes y trabaja ocho horas de lunes a viernes cuidando a dos niños: "Es mucho más de lo que te pagan en cualquier otro lado".
Su trabajo se termina el mes que viene, cuando la familia europea vuelva a sus pagos: "Hasta ahora no hay nada concretado pero me dijeron que iban a hablar para dejarme con trabajo en otra casa".
"Acá no tenemos ningún problema, trabajamos tranquilos y a pesar de que se termine, es más fácil conseguir trabajo ahora, porque la cosa ya no es tan estática como antes, antes no había oportunidades, ahora hay mucho más movimiento, la gente se arriesga, entonces es más fácil que salga alguna oportunidad".
Rogelio Pral, tiene 19 años, trabaja como jardinero en el Barrio Jardín desde hace seis meses y gana unos tres mil pesos por quincena, por ocho horas de trabajo de lunes a viernes y algún sábado que otro, si lo llaman: "Antes estaba todo muerto, pero ahora con la cantidad de viviendas que se están construyendo siempre puede salir algo, al menos da para mantener a la familia, incluso uno puede pensar en comprarse un terreno o algo."
"Cuando estaban construyendo funcionaba bárbaro porque había obreros por todos lados, entonces venían en la hora de descanso y llevaban algo para comer o tomar, ahora prácticamente no incide. No es que no venga nadie pero muy rara vez viene alguien de ese barrio a comprar algo", contó José, que hace tres años tiene un almacén a dos cuadras del barrio privado.
La misma percepción tiene Mauricio, cantinero de uno de los bares del centro: "Al principio era impresionante, venían obreros uruguayos, chilenos, colombianos, polacos, checos y los finlandeses, después fueron quedando sólo los finlandeses y ahora se van a ir yendo. No es que no se note, porque todavía siguen viniendo muchos, pero no es como antes".
El barrio ocupa toda la manzana y tiene siete puestos de seguridad, cuatro para cada esquina, dos por las laterales más largas y uno en el centro del complejo, donde son registrados todos los visitantes.
"Nosotros no tenemos conflicto, el conflicto lo tienen los argentinos, no necesitamos ir a Buenos Aires, ni a Gualeguaychú. Acá no hay conflicto, estoy desde hace un año y nunca tuvimos problemas con nadie", comentó la esposa del Ingeniero finlandés Nyquist, que se irá de nuestro país en cinco meses.
Los hijos de los trabajadores de Botnia estudian en la escuela Los Laureles, donde un peculiar consigna los recibe: "Paz y Bien" está escrito en la fachada del colegio que da la bienvenida a los estudiantes: "Bienvenido, Welcome, Tervetuloa".
"Yo trabajo para Botnia y otras compañías, enseñando a los hijos de los que trabajan en la planta. Acá el conflicto no está presente, somos muy bienvenidos. Ahora tenemos 20 alumnos, que vuelven a su país en junio. Ellos van a clases de música, gimnasia y plástica con los uruguayos y se llevan muy bien. Igual hay diferencias culturales, esta escuela es católica y allá en Finlandia también tenemos religión pero todos los liceos son laicos, y en las escuelas católicas hay más reglas, entonces algunos chicos no entienden mucho los códigos. Otra diferencia cultural, es que en Finlandia somos muy puntuales y acá es más o menos, pero igual yo ya aprendí que si acordamos para las tres y media, yo voy a las tres y cuarenta y llego bien", contó Salla Rohiola, una de las cuatro maestras contratadas por Botnia.
"A mí lo que me dice mamá es que nosotros tenemos que estar con la gente de acá, porque sino no aprendemos nada de los lugares donde estamos", confesó Vesa Taskinen, un estudiante finlandés de 11 años que se incorporó a las clases en español por voluntad propia.
En los alrededores de Botnia, una camioneta patrulla día y noche. "Disculpe pero no puede filmar acá si no está autorizado" avisó el Oficial Melo, que explicó que si bien siempre se realizó ese patrullaje, desde el 9 de noviembre en que el presidente Vázquez decidió cerrar la frontera el horario se extendió a 24 horas, llegando hasta la cabecera del puente Gral. San Martín.
"Antes si vos tenías le dabas unos pesos a los asambleístas y pasabas, ahora con el corte de los uruguayos ya no se puede. Tenés que ver vos ahí. Si podés llegar hasta el corte de Gualeguaychú ahí ellos te llaman a un remise y van a medias", afirmó Pablo Ortiz, uno de los obreros que trabajó en la construcción de la planta y ahora maneja un taxímetro. El viaje de 5 kilómetros de la ciudad al puente cuesta unos 120 pesos y la tarifa sube a 700 si se quiere transitar los otros nueve quilómetros hasta el corte de Gualeguaychú.
"Yo era un peón y ganaba por quincena unos 10 mil pesos, no tenía trabajo calificado ni nada, es que si te ponés a pensar, es un monstruo pero no tiene ningún misterio".
En la ciudad, Matías de 14 años comparte el cordón de la vereda con John a eso de las 11 de la noche: "Al principio se notó el cambio, mucha gente consiguió laburo, y a la gente le hizo bien, pero ahora Fray Bentos volvió a ser lo que era antes".
"Mi padre, Julio Cesar Olivera, tuvo un accidente y ahora no reconoce nada, ¿No salió en los diarios de allá? Se cayó y estuvieron como una hora para sacarlo, ahora está internado en Melo. Botnia le está pagando pero muy poco y el Banco de Seguros no se hizo responsable", John contó su historia.
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